Getsemaní es un huerto de los muchos que se extendían por las fértiles laderas del monte de los olivos. Allí, viendo muy cercana y muy posible una muerte violenta, Jesús experimenta un sinfín de sentimientos contradictorios. Es un momento decisivo en el compromiso de fe de Jesús. Nunca se habría sentido tan vulnerable y nunca su fidelidad sería más dolorosamente firme que entonces.
JESÚS: Padre mío, si es posible, pase de mi este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Ahora se acerca el momento de volver a tus manos. Déjame agradecerte este regalo de ser hombre que me diste durante treinta y tres años. Ha sido hermoso, ¿Sabes? Hermoso y doloroso. Yo conozco la fría violencia del hombre y el egoísmo sucio que respiran sus almas y pulmones, he visto la serpiente del odio enroscándose en torno a mi vida, pero también he medido su ignorancia. Padre, no me asusta morir porque sé que cumplo tu voluntad. Me asusta el dolor, el sufrimiento y tanta maldad que tengo que cargar sobre mí y me siento sólo. Duermen los que me diste. Y aquí tu y yo solos. En la hora crucial de mi vida. Y no me hablas. Sé que me escuchas, tú lo haces siempre. Pero ahora, ¿Por qué callas?
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