La economía isleña, tras la conquista, se orientó hacia la comercialización de un producto agrícola de exportación determinado, tal como el azúcar o la vid. En paralelo a estos cultivos, se desarrollaron otros, destinados al sustento de los pobladores, denominados “cultivos de subsistencia”, centrados en los cereales y en las huertas hortícolas y frutales. En ellas abundaban las verduras, higueras, cítricos y membrillos.
A lo largo del siglo XVII, la agricultura de exportación vitivinícola copaba la mayoría de los terrenos de cultivo en Tenerife, lo que la hizo deficitaria en los alimentos más habituales en la dieta de los canarios. Estos productos empezaron a apreciarse, favoreciendo su venta y propiciando el aumento del contrabando y del fraude en su gestión.
Es en este punto, donde comenzaremos este breve recorrido por las diligencias que se llevaban a cabo por parte de los marqueses de la “Casa Fuerte” de Adeje y del personal a su servicio, de tan preciados cultivos. Un control férreo que hizo sostener los beneficios de su hacienda y por ende, de su economía, cuyo pilar siguió siendo la caña de azúcar.
En una posición preeminente, estaban el tratamiento, la vigilancia y la distribución de los cereales, para lo que se tenía una enorme preocupación. Por un lado, estaban los graneros, muchos de ellos situados en cuevas, a usanza de los aborígenes, en los que se depositaban éstos (trigo, cebada, centeno y maíz). Podemos destacar, los situados en el “El Aserradero” o en “Taucho”, que debido a la altitud a la que se encontraban, aseguraban una mejor conservación del género. Se tenía un control exhaustivo de las cantidades mínimas de cereales que debían contener todos y cada uno de ellos. Había, a su vez, un profundo cuidado en su distribución, destinado al consumo, pagos, ventas, sustento del personal de la casa o para proveer otros territorios del marquesado tales como la isla de la Gomera, cuyas gentes necesitaban del grano enviado desde los silos adejeros para poder alimentarse.
Como se ha mencionado con anterioridad, la vigilancia era otro aspecto muy arraigado en los trámites que conllevaba el cuidado estos recursos. Así se hacía referencia, en la utilización de las “eras” para la molienda, a aspectos que corroboran tal afirmación: "se ponen hombres de satisfacción para los hurtos y (…). Los que están en dichas heras no dan trigos, cebada ni centenos, a los medianeros sin llevar papel de la Casa, por si deben alguna cosa (…)". Anecdótico y representativo era, a su vez, el cuidado que se tenía respecto a la procedencia del personal que gestionaba dichos lugares, poniendo especial cuidado en que fueran de procedencia lejana a donde estaban destinados, para reducir los tratos de favor o las malas praxis en la distribución cerealística. Así, se establecía lo siguiente: “estos hombres que se pusieran han de ser trastocados, procurando el de aquel paraje no quede en aquella hera, sino vaya a otra”.
Otro aspecto que corrobora la importancia que tenían estos cultivos en el sustento de los adejeros se encontraba en la gestión de las siegas. Cobraba extrema importancia su realización antes de la llegada de posibles fenómenos meteorológicos adversos, habituales en las islas, tales como los vientos procedentes del continente africano de mediados del periodo estival, llamados “de levante”, que perjudicaban en demasía tal labor. Por otro lado, en el caso de que hubiera necesidad de contratación de personal extra, se hacía sin contemplaciones, de la siguiente manera: “Adviertese que si hubiere falta de gente en casa para dichas siegas (…) se entran peones a los cuales se les paga cada día un cuartillo de miel y al que tuviere queja se le abona a real de plata cada día y comen de la despensa”.
Como no podría ser de otra manera, la transformación de estas materias primas para su consumo, también era aprovechado para obtener ingresos. No se permitía la guarda de cereales, propiedad de los campesinos o rentistas de “Casa Fuerte” en graneros de su propiedad, a la vez que se les cobraba a éstos, por la utilización de las eras en la transformación del producto. Así, se establecía lo siguiente: “Adviertese que la paja que se da a los medianeros, no se consienta entre ninguna en mis pajales. Adviertese así mismo que el hombre de heras cobra la trilla de los medianeros”.
Se percibe con claridad, la señalada importancia que tenía el control de estos cultivos en el sostenimiento y pervivencia del Marquesado. Eran una fuente de ingresos muy estimable, ayudaban en el sustento de las gentes de otros pagos cuyos terrenos estaban destinados a cultivos de exportación, reducían los costes de producción en los terrenos de su propiedad y eran los ingredientes principales de la dieta alimenticia de todos y cada una de las gentes que moraban en las propiedades de los marqueses adejeros, cimentando aún más la dependencia que tenían éstos de sus señores, y con ello, en la pervivencia del mayorazgo.