Es habitual asistir a un funeral y empatizar con el dolor de los familiares de la persona difunta.
Llorar es un acto frecuente y normal en tales situaciones, pero ¿sabías que, a lo largo de la historia, numerosas mujeres han tenido de profesión el llanto?
Conocidas con el nombre de plañideras, lloronas, lastimeras, rezanderas, vocetrices, choronas…son mujeres que encontraron en la muerte un sustento familiar.
El vocablo “plañidera”, quizá el más frecuente para definir esta profesión, proviene del latín plangere, que significa lamentar. Y esto es exactamente lo que hacían estas actrices del luto que existen desde hace siglos, milenios…y de las que se conservan vestigios desde tiempos inmemoriales.
Desde documentos y fuentes arqueológicas a obras pictóricas y escultóricas de época reciente, nos hablan de estas mujeres que lloraban para poder comer.
Ya en la “Epopeya de Gilgamesh” (2500 a.c), considerada la narración literaria más antigua de la que tenemos conocimiento, se nos habla de estas mujeres llorantes. Y es que, en una de las tablillas de arcilla, que componen el poema, uno de los protagonistas (Enkidu, amigo del rey Gilgamesh), expresa: “Me lamento amargamente como una plañidera”.
También aparecen en el libro egipcio de los muertos y en pintura de tumbas de este periodo.
Sabemos que, en Egipto, las plañideras se componían por grupos de mujeres de distintas edades (la profesión se heredaba de madres a hijas) que iban delante del cadáver animando así a que el resto de personas que asistían al funeral mostrasen su lamento. Solían vestir de blanco o gris y portaban peluca con el fin de tirarse del pelo y arrancarse el cabello como muestra de dolor.
En algunas pinturas, estas mujeres aparecen con el pecho fuera, ya que, en un arrebato de desconsuelo, se habían despojado de sus vestiduras.
En época clásica, las plañideras comienzan a cubrirse la cara con velos, y durante el cortejo fúnebre iban entonando cánticos dolorosos y llantos lastimeros que acompañaban con música y antorchas encendidas, con el fin de facilitar a la persona difunta la búsqueda de Caronte, barquero del inframundo, que conduciría su alma al submundo.
Durante el cortejo, las plañideras portaban unos recipientes llamados “lacrimatorios”, en los que iban recogiendo sus lágrimas y que posteriormente, eran colocados en la tumba, junto al difunto. De este modo, la persona difunta podría saber cuánto se les había llorado.
En época romana, además destaca la labor que desempeña la Praefica, la plañidera que encabeza al grupo de mujeres afligidas y que iba dando las directrices de cómo debían comportarse en cada momento, llegando incluso a darles el tono idóneo para entonar su lamento.
Con la Edad Media, y el dominio del cristianismo en occidente, se comienza a cuestionar la labor de estas mujeres, por tener su origen en la tradición pagana.
Pero al menos los primeros años del medievo, las plañideras continuaban con su labor de acompañamiento del finado desde el velatorio, el recorrido hasta el templo (cortejo fúnebre) y el entierro. Recibiendo su dinero una vez concluyese el sepelio.
Si bien algunas autoridades eclesiásticas y civiles veían este ritual ofensivo e irreverente (cobrar por llorar, ¡qué barbaridad!), e intentaron eliminarlo mediante legislaciones y dejando en manos de los sacerdotes la prohibición de esta práctica en sus templo y parroquias más pequeñas, lo cierto es que no lo lograron.
Y es que se generalizó la idea de que, tras la muerte de alguien, cuanto más se le llorase y cuanto más dramática fuese la actuación de estas plañideras en su funeral, más querida y valorada había sido esta persona en la vida de su comunidad.
Por ello fueron muchas las familias acaudaladas que preveían el pago de estas actrices del llanto en sus testamentos. Asegurándose así de que su poder trascendía el umbral de lo terrenal.
En el siglo XVI, las plañideras reciben en nuestro país el nombre de endechaderas. Nombre que aparece en la célebre novela de Miguel de Cervantes Saavedra, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” (1605), para referirse a mujeres que lloraban a personas difuntas ajenas a su familia.
En España, el oficio de las plañideras se ha mantenido, sobre todo en el norte de nuestro país, hasta la década de los 50, del siglo XX.
Si bien, ha habido algunos intentos de hacer resurgir esta profesión en el siglo XXI, lo cierto es que hoy solo podemos hablar de estas mujeres dolientes en nuestras tradiciones. Por ejemplo, en el Entierro de la Sardina o en la Semana Santa.
Ana Victoria Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte