El concepto que hoy tenemos de bibliotecas públicas, en las que cualquier persona puede consultar sus fondos y encontrar la información deseada, son instituciones relativamente modernas.
Es con la llegada de la II República y su interés por fomentar la educación y disminuir el alto analfabetismos que existía en España, cuando estas entidades públicas, complementarias a las escuelas, permiten el acceso libre para hombres y mujeres. Hasta entonces, las bibliotecas existentes en España eran privadas o de uso restringido.
Para gestionar estas bibliotecas se requerirá de personal formado, nacen así los primeros centros de enseñanzas de biblioteconomía, y que, a diferencia de otras ramas de estudio, este sector sí tiene en cuenta la formación de las mujeres. Aunque la bibliografía no se haga eco del papel de la mujer bibliotecaria, y su formación y existencia en esta institución haya pasado desapercibida para la historia, lo cierto es que estas guardianas de las letras siempre estuvieron presentes.
Como sabemos, la docencia era un trabajo socialmente reconocido como femenino. Por ello, la identificación del trabajo bibliotecario con la educación y la enseñanza siguió el mismo precepto, lo que provocará que se feminice rápidamente.
Las primeras mujeres que decidieron formarse y trabajar en las bibliotecas españolas tuvieron que enfrentarse a varias dificultades: la complejidad para acceder a los estudios, la necesidad de poseer recursos económicos que permitieran pagar los mismos, y la mirada enjuiciadora de los hombres con los que compartían aulas…
La primera bibliotecaria española con formación reglada de la que tenemos constancia es de doña Ángela García Rives, maestra de carrera y doctora en Filosofía y Letras, que consigue una plaza tras opositar para Oficiales del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, en 1913.
De las 26 personas que obtuvieron plaza ella fue la única mujer. Tras unos meses en el Archivo General Central de Alcalá de Henares, en 1914 obtiene por méritos, una plaza en la Biblioteca Nacional de España, una biblioteca muy masculinizada hasta entonces, y en la que permanecerá hasta su jubilación, 47 años después. Aquí ostentó el cargo de jefa de catalogación.
Angelita, como la llamaban cariñosamente recibió la Medalla al Trabajo años después de jubilarse. Para entonces ya eran muchas las mujeres que formaban parte de la institución y hoy el número de bibliotecarias de la Biblioteca Nacional triplica el de hombres bibliotecarios.
En estos primeros años del siglo XX comienzan a surgir por Europa las primeras bibliotecas de mujeres vinculadas a las sufragistas. Sin embargo, el nacimiento de bibliotecas de mujeres en nuestro país se crea con el fin de que la formación y la educación de las féminas fuese más rica, facilitando así su acceso al mercado laboral.
La primera biblioteca de mujeres de España, y una de las primeras de Europa, se creó en Barcelona en 1909: La Biblioteca Francesca Bonnemaison. Una biblioteca dirigida por mujeres y destinada al público femenino.
Con posterioridad destacan la Biblioteca para mujeres de la Residencia de Señoritas o la del Lyceum Club en las primeras décadas del siglo XX. Dirigidas, en sus orígenes, la primera por María de Maeztu y la segunda por María Lejárraga.
Las campañas de difusión de la cultura, nacidas por iniciativa del Patronato de Misiones Pedagógicas durante la II República y que perdurarán hasta el fin de la Guerra Civil, necesitó muchos jóvenes intelectuales voluntarios que con su compromiso comunitario y pedagógico hicieron llegar la cultura y los libros a todos los rincones de España.
Entre este elenco de intelectuales destacará nuestra próxima protagonista: María Moliner.
El servicio de Bibliotecas de estas Misiones Pedagógicas estaba bajo la dirección de María Moliner, aunque el supervisor o supervisora de las mismas recaía en los docentes de la zona.
Estas bibliotecas solían instalarse en las escuelas de zonas rurales de menos de 5000 habitantes y se les donaban unos 100 ejemplares (literatura para adultos y para niños), con el fin de que la ciudadanía pudiese acceder a ellos.
Para poder prestar este servicio en lugares donde la población era escasa o segregada, las Misiones Pedagógicas lanzaron las bibliotecas móviles o bibliobuses que recorrían la zona cada semana o cada diez días.
María Juana Moliner Ruiz se había formado en Filosofía y Letras, en su rama de Historia, única por esas fechas en la Universidad de Zaragoza, donde nació en 1900.
Archivera en Simancas, tras aprobar la oposición con solo 22 años, comienza su andadura en el mundo de las letras y de las palabras. Y, desde 1930, destinada en Valencia es elegida para dirigir las Misiones Pedagógicas.
Una de sus primeras acciones fue realizar un “Manual para el uso de pequeñas bibliotecas” con el fin de que se utilizase como guía en todas las bibliotecas que se iban abriendo.
En este manual se recogen recomendaciones para una buena gestión por parte de los bibliotecarios y bibliotecarias, tales como: “conocer las cualidades de tus lectores de modo que aciertes a poner en sus manos el libro cuya lectura les absorba hasta el punto de hacerles olvidarse de acudir a otra distracción”.
El estallido de la guerra civil le afectó de lleno a su carrera, llegando a bajar 18 puestos en su escalafón como archivera y bibliotecaria. Será finalizado el conflicto cuando ella y su esposo se instalen en Madrid, y allí dirigirá la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales hasta su jubilación.
También Madrid, será testigo de otra hazaña maravillosa de esta maestra de las palabras. A partir de 1950, decidió hacer un pequeño diccionario de uso del español que pretendía tener listo en un par de años.
Sin embargo, la labor encomiable de María hizo que su “pequeño diccionario” se convirtiese en un estandarte de las letras españolas que le llevó 15 años terminar. Publicándose por primera vez en 1966.
Hoy, su diccionario que además de palabras incluye expresiones, sinónimos, familias de palabras…cuenta con dos tomos y es, tal y como dijo la propia María Moliner: “único en el mundo”.
La labor desarrollada por María Moliner como directora de Bibliotecas de las Misiones fue continuada por Teresa Andrés Zamora. Y es que esta, entre los años 1936 y 1938 coordinó las bibliotecas del Comité Nacional de Cultura Popular, dando continuidad a la labor de las Misiones Pedagógicas, aunque con planteamiento sindicalistas y más politizados, y dirigidos preferentemente a la difusión cultural en las trincheras y los hogares del soldado.
Formada en Filosofía y Letras se instaló en Madrid, en la Residencia de Señoritas, para realizar su doctorado. Allí conoció y empatizó con el movimiento sufragista de finales de los años veinte en nuestro país. Colaboró en talleres y coloquios hasta que en 1931 oposita al cuerpo de archivos, bibliotecarios y arqueólogos obteniendo la mayor puntuación.
Comenzó en el Museo Arqueológico de León, pero pronto, en 1932, se le concedió una beca para Alemania. Esto la hizo testigo directo del ascenso de Hitler y del horror que pronto se propagará por toda Europa.
De vuelta a España, en 1933, y con una clara ideología republicana, comienza a desarrollar la política bibliotecaria de Cultura Popular.
La Cultura Popular fue un comité nacional, creado en 1936 por los partidos que integraban el Frente Popular y cuya finalidad era la de llevar a cabo manifestaciones culturales. Con el objetivo de coordinar los servicios que prestaban las bibliotecas y el préstamo entre las mismas, en un momento histórico tan complejo, hizo que estas bibliotecas populares hayan pasado a la historia como Bibliotecas de las Trincheras.
Y es que, aunque nos parezca increíble, entre los años 1936 y 1937 se crearon 1.097 bibliotecas con lotes de 120 libros, destinadas a guarderías, hospitales y organizaciones políticas antifascistas.
Tristemente en 1938 se suprimió esta política bibliotecaria de Cultura Popular, y tras el fin de la contienda, Teresa y su esposo tuvieron marchar a París a exiliarse. Nunca volvió a España. Esta bibliotecaria comprometida con la cultura y la educación de las personas más vulnerables falleció con solo 39 años víctima de la leucemia.
Estas tres mujeres intelectuales, valientes y comprometidas con la educación y la literatura son solo un ejemplo de muchas más que las siguieron, y que hoy podemos encontrar en nuestras bibliotecas públicas.
En Adeje contamos con una de ellas, Doña Celia Trujillo: Mujer sosegada, inteligente y siempre dispuesta a velar por la salvaguardia de las letras y la transmisión del conocimiento a través de los libros.
El próximo 24 de octubre se celebra el Día de la Bibliotecas. Sirva este artículo de homenaje para aquellas mujeres que se abrieron camino en el mundo de los libros, archivos y biblioteconomía. Gracias a ellas niños y niñas aprendieron a amar la literatura.
Ana Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte