Hoy es difícil encontrar en nuestro país a niñas y jóvenes que no aspiren a tener formación profesional o superior especializada, que les permita acceder a puestos de trabajos cualificados.
Pero lo que hoy consideramos algo común entre nuestras jóvenes era impensable hace algunos años… ¡No muchos!
Fue en 1857 cuando en España se aprueba la Ley de Instrucción Integral. Conocida por el sobrenombre de Ley Moyano debido a ser éste el apellido del político que la promovió.
En ella se recogía por primera vez la obligatoriedad de la escolarización de las niñas en nuestro país entre los 6 y los 9 años. Esta formación se llevaría a cabo en escuelas sólo para ellas y con un currículo distinto al de los niños.
Al igual que ellos, aprendían doctrina católica, cálculo elemental y algo de escritura y lectura. Pero lo cierto es que primaba el aprendizaje de labores, higiene o dibujo.
La realidad es que, aunque la ley era de obligado cumplimiento, el absentismo y los escasos años de formación hizo que, en los albores del siglo XX, el analfabetismo aún rondase el 70% en el caso de las mujeres.
Viendo este panorama resulta impensable que las mujeres pudieran tener acceso a una formación universitaria.
Lo cierto es que hubo personalidades de instituciones educativas que mostraron gran preocupación por la educación e instrucción de las mujeres, llegando a fomentar la creación de agrupaciones y asociaciones culturales femeninas en la que ellas pudiesen formarse.
Concretamente destaca la labor del Rector de la Universidad Central de Madrid, Don Fernando de Castro que impulsó la creación del Ateneo artístico y literario de señoras y fundó la Asociación para la enseñanza de la mujer en 1870. Cuya finalidad era potenciar la educación femenina en España.
Estas iniciativas de finales del siglo XIX, vieron su culminación en la creación de la Residencia de Señoritas de Madrid en 1915. El primer centro oficial que fomentó en España la formación de mujeres en la enseñanza superior, dirigido por la pedagoga María de Maeztu.
El acceso de las mujeres a la Universidad había sido permitido por ley solo cinco años antes, en 1910. Bajo el reinado de Alfonso XIII, el 8 de marzo se aprobó un Real Decreto en el que las mujeres dejaban de necesitar permiso ministerial para asistir como alumnas oficiales: “se concedan, sin necesidad de consultar a la Superioridad, las inscripciones de matrícula en enseñanza oficial o no oficial solicitadas por las mujeres” Es decir, se concede por primera vez en España la igualdad entre hombres y mujeres para el acceso a las enseñanzas universitarias o superiores.
Hasta entonces solo 77 mujeres se habían matriculado en universidades españolas y de ellas, 36 habían llegado a licenciarse. Destacando María Helena Maseras Ribera, en medicina o Concepción Arenal, que vestida de hombre asistía a las clases de Derecho.
Éstas debían acceder a las aulas con el profesor, no podían estar solas en los pasillos de las Universidades.
Estas actitudes incómodas ante la novedad de que las mujeres pudieran hacer estudios superiores, sumado a la oposición de la familia de muchas de las jóvenes de la época, hizo que el ánimo de las féminas por estudiar en Universidades fuera poco exultante.
Pero las valientes que se atrevieron, quisieron romper con los estereotipos y prejuicios de la sociedad española de principios de siglo, que entendía que el lugar de la mujer estaba en el hogar ejerciendo de esposas y madres.
Durante la década de los veinte, el número de jóvenes matriculadas en las universidades fue en aumento. Ello se lo debemos al apoyo que recibieron por parte de algunas de las instituciones a las que ya hemos hecho referencia, especialmente a la Residencia de Señoritas dirigida por Maeztu.
En este sentido hay que destacar también la importancia de la Instauración de la II República (1931-1936) con la que se alcanzaron derechos impensables hasta el momento en nuestro país. Entre ellos destacamos la igualdad de hombres y mujeres ante la ley y la consecución del derecho a voto de las mujeres españolas, cuyas posturas enfrentaron a dos de las primeras mujeres licenciadas en Derecho en España: Clara Campoamor y Victoria Kent.
Entre la sociedad española se dio un amplio consenso en defensa de la necesidad de la educación de las mujeres.
La República evidenció la falta de escuelas y profesorado y defendió una escuela única, laica y pública, basada en la Institución de Libre Enseñanza. En la que niños y niñas se formasen de la mano de maestros y maestras en igualdad de condiciones y sin el dogmatismo que se imponía desde la España más conservadora.
Durante los años de gobierno republicano los datos de escolarización aumentaron. Si bien el gobierno se centró en la educación primaria y en bachillerato, que aumentó en más de un 10%, el porcentaje de mujeres que realizaban estudios universitarios también iba en aumento, llegando las alumnas a suponer el 9% del total de alumnado universitarios. Esto evidencia el compromiso que la Segunda República tuvo con la educación en nuestro país.
Por otro lado, estaba la educación confesional defendida por la mencionada España conservadora y heredera de la enseñanza tradicional de la dictadura de Primo de Rivera: nacional, patriótica y católica.
Ambas posturas convivieron y rivalizaron durante los años republicanos. Pero el estallido de la Guerra Civil dará al traste con los logros obtenidos hasta entonces.
Instituciones como la Residencia de Señoritas de Madrid se vio obligada a cerrar sus puertas por las amenazas sufridas por su directora, María de Maeztu y su familia.
Con el triunfo del nacional-catolicismo y la llegada al poder del régimen dictatorial hizo que se dilapidaran los avances sociales conseguidos en la II República.
A partir de estos años, serán la Iglesia y la Sección Femenina de la Falange. Para ellos la mujer se encontraba supeditada al varón y por tanto el ámbito propio de lo femenino quedaba reducido a lo privado.
Bajo la dictadura franquista, la mujer dejó de poseer capacidad legal independiente, volviéndose a la idea de que la mujer sumisa a los hombres, cuya consideración social dependía de su rol como madre y esposa.
La Sección Femenina fue la encargada de adoctrinar y educar a las futuras maestras en unas enseñanzas acorde a su sexo: labores del hogar, religión católica, cuidados sanitarios, higiene y limpieza… Con un currículo diferente al de los varones, y en el que primaba su función social de “ángel del hogar” que su intelecto.
En esta labor educativa la Sección Femenina contaba con el apoyo y ayuda de la Iglesia que promulgaba una educación diferenciada en la que tuviera mayor peso la religiosidad que el raciocinio y en la que se evidenciaba que hombres y mujeres estaban predestinados a realizar funciones distintas en la sociedad española.
En lo referente al acceso a estudios universitarios, la dictadura permitía que las mujeres accedieran a la Universidad, pero se les coaccionaba con la premisa de que su principal función era la de ser esposas y madres. Además, la dictadura inculcaba la idea de que, en un país devastado por la guerra, necesitaba de las mujeres para socorrer a enfermos y labrar los campos.
España, para el régimen dictatorial, no necesitaba mujeres instruidas, si no mujeres devotas, honradas y obedientes.
Sin embargo, el número de matrículas en las Universidades españolas no decreció. Por el contrario, fue creciendo, aunque lo hizo de modo mucho más lento que como lo había hecho durante la República.
Sin duda algo en la mentalidad de muchas mujeres en España había cambiado y no estaban dispuestas a dar un paso atrás.
La muerte del Dictador Francisco Franco Bahamonde el 20 de noviembre de 1975 y la llegada de la Democracia (tras una compleja Transición) supuso la entrada de la modernización en el sistema educativo español.
La nueva Constitución de 1978, elimina el modelo de escuela única, nacionalcatólica para pasar a una escuela democrática que defendía la formación integral del alumnado.
Además, se crean instituciones como el Instituto de la Mujer (1983) que pretende fomentar y promover la igualdad social entre hombres y mujeres, y la defensa del pleno derecho de ésta para participar en la vida pública, política, social y económica.
En cuanto a los estudios universitarios. El acceso de las mujeres siguió en aumento. Así, en 1983 el 46% de las matrículas en universidades españolas pertenecían a mujeres.
Actualmente, las mujeres matriculadas en carreras universitarias son superior a la de los hombres, en torno al 56%. Sin embargo, aunque la mayoría del alumnado universitario es femenino, sigue siendo minoritaria su presencia en las formaciones de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.
Por tanto, la feminización y masculinización de carreras universitarias es el siguiente reto al que hay que enfrentarse en la educación española.
AUTORÍA: Ana Moruno Rodríguez, licenciada en Historia del Arte. Colaboradora de #AdejeIgualdad