La sociedad canaria en general y la adejera en particular, siempre se ha mantenido fiel en el respeto a sus muertos. En fechas señaladas como el Día de los Finados, era una conmemoración importante para recordar y honrar la memoria de los difuntos.
El cementerio municipal fue bendecido por el párroco el 13 de junio de 1837. A partir de ese momento los enterramientos se hacían en este campo santo construido por la vecindad. El problema estaba en los pagos dispersos y de medianías que debían trasladar a los difuntos a hombros desde esos lugares alejados del casco, dando lugar a descansaderos de los muertos, donde la comitiva fúnebre paraba para que los vivos descansaran y a los muertos se les rezaba.
Tal es el caso que hoy nos ocupa, la llamada Piedra de los Difuntos, ubicada en el inicio del camino de Carrasco, que va desde Adeje a Ifonche. Un poco más arriba de la Era de los Alfileres, próximo a la Cueva de las Narices. En ese lugar, existe una piedra de grandes dimensiones en un lado del camino y era ponían el ataúd para que los que lo portaban descansaran. Este camino era usado por las personas que vivían en Ifonche y en ese punto del camino, ya próximos al pueblo hacían un descanso para los vivos y rezaban oraciones para los muertos.
En las cartografías oficiales del Catastro aparece ese topónimo de la Piedra de los Difuntos, que nos da la certeza de lo que la tradición oral nos ha contado. Hemos entrevistado a Don Blas José Luis Rodríguez Rodríguez (Adeje, 1936)[1], quien nos ha contado como recuerda cuando niño que en esa piedra descansaban los difuntos cuando moría la gente de Ifonche y los traían al pueblo para enterrarlos en el cementerio.
También nos contó cómo se celebraba antiguamente el Día de Finados en Adeje:
“Para nosotros era como una fiesta por que la noche del día 1 la pasábamos en el cementerio encendiendo las pavilas en los nichos. Se ponía un vaso con agua, aceite y una guata que prendíamos fuego y estábamos toda la noche pendiente de que no se apagaran, y si se apagaban íbamos y las encendíamos. Después del cementerio nos íbamos a El Calvario a comer naranjas de los naranjos que allí había plantados, era como una fiesta, pero con respeto a los muertos”[2].
Para las personas que vivían en Taucho o la Quinta también tenían que trasladarse hasta el cementerio por esos caminos angostos durante varios kilómetros. Bajaban o por la Boca del Paso, que se descartaba por lo abrupto del terreno para ir con esa carga, por lo que usaban el sendero que iba por Las Moraditas o por los Menores, aunque en estos casos no se han conservado las referencias a la piedra de los difuntos ya que el desarrollo urbano y del viario de estos enclaves ha hecho que se haya perdido.
Lo que sí se ha conservado en la ermita de Santa Margarita en La Quinta es el ataúd comunitario que usaban las familias más humildes. La condición era usarlo, pero debía ser repuesto, con lo que tras el entierro del finado, la familia encargaba al carpintero un nuevo ataúd que era repuesto para cuando lo necesitase otra familia. Se conserva en el interior del sotobanco del retablo de la ermita.
Los otros pagos de medianías que debían trasladar a sus muertos eran los vecinos de La Concepción y Tijoco Alto. Que bajaban por senderos angostos hasta La Hoya para luego dirigirse hasta Adeje. En esta ermita también existió el ataúd comunal, pero no se ha conservado.
Lo que sí han conservados ambas ermitas son las casullas de entierro, en seda negra con galón dorado, que usaban los curas para los entierros. Conformando un legado textil importante y valioso al patrimonio artístico de estas dos ermitas históricas del municipio.
En la actualidad, la globalización ha hecho que se incorporen tradiciones foráneas como el Halloween, aunque en Canarias y en Adeje por estas fechas existieron tradiciones propias que debemos mantener, recuperar y poner en valor para las nuevas generaciones.
Juan Desiderio Afonso Ruiz
Licenciado en Historia del Arte.
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[1] Entrevista realizada a Don Blas José Luis Rodríguez Rodríguez en 19 de octubre de 2021.
[2] íbidem