Utilizamos cookies propias y de terceros para ofrecer un correcto funcionamiento y una navegabilidad óptima.
Para más información, consulta nuestra política de cookies.
ACEPTAR TODAS LAS COOKIES
CONFIGURAR LAS COOKIES A UTILIZAR
Salud, calidad de vida y bienestar animal  >  Igualdad y diversidad  >  Blog  > Mujeres presas de la moda: Del verdugado al polisón

Mujeres presas de la moda: Del verdugado al polisón

21 AGOSTO 2024

Hoy miles de mujeres muestran en redes, las prendas de vestir de moda. Una moda apta para cualquier mujer y para distintos momentos del día: para ir a trabajar, para hacer deporte, una moda más casual o prendas de ropa para triunfar en una fiesta.

Pero ser víctimas de la moda no es algo nuevo. Las mujeres, principalmente las de familias burguesas y nobles, se convirtieron en referentes de moda, sin tener en cuenta que la indumentaria que portaban fuese cómoda, ligera o, incluso, perjudicial para su salud.

Hoy hablamos de faldas, concretamente de aquellas que lucieron las damas de alta alcurnia del siglo XV al XIX.

En torno al 1450, la reina Isabel de Portugal introduce en España una falda diferente, no vista hasta el momento: el verdugado. Y según cuentan algunas crónicas, lo hizo para ocultar su segundo embarazo.

Estaba formado por una estructura de aros, denominados ballenas o verdugos cuya función era la de ahuecar la falda que se superponía a este esqueleto.

El verdugado dejaba al aire los tobillos de las damas, por lo que llegó a ser prohibido su uso bajo pena de multa, “por deshonesto y desvergonzado. Deja al descubierto los zancajos (talones) y las piernas” (Hernando de Talavera, arzobispo de Granada).

Pero esta prohibición no solo fue ignorada por las mujeres de alta alcurnia, sino que el verdugado se popularizó también entre las mujeres del pueblo llano. Éstas, al no poder pagarse los aros rígidos, cosían un adorno horizontal en sus faldas que simulaban ser los aros o verdugos.

Lo cierto es que el verdugado se utilizó en nuestro país hasta 1640.

En la década de los 30 del siglo XVII, surge en España una nueva moda. Atada a la cintura por cintas de lino, se disponía un armazón metálico y bastante pesado, sobre el que disponía una falda o basquiña dando a las féminas forma de campana.

Este nuevo atuendo, recibirá el nombre de Guardainfantes, por servir a muchas damas para ocultar embarazos.

A diferencia del verdugado, los guardainfantes solo lo utilizaron las mujeres de clase alta de la sociedad española.

Éstas, a través de su indumentaria, hacían alarde del poder social y económico que ostentaban. Por ello, la decoración y tamaño de estas armaduras fue en aumento, hasta el punto de no poder acceder por las puertas de templos y palacios y tener que hacerlo de lado. Lo mismo ocurrió con los carruajes, que tuvieron que modificar sus estructuras para que estas nobles damas pudieran subir a ellos.

Muestra de este atuendo lo podemos ver en obras de autores barrocos españoles como los retratos velazqueños de la Infanta María Teresa o en las Meninas.

El mayúsculo tamaño que llegó a alcanzar esta prenda de ropa femenina, dio lugar a la mofa y la sátira. Un ejemplo de esto, lo hallamos en el Soneto del madrileño Francisco de Quevedo y Villegas: “Mujer puntiaguda con enaguas”

Si eres campana ¿dónde está el badajo?

Si Pirámide andante vete a Egipto,

Si Peonza al revés trae sobrescrito,

Si Pan de azúcar en Motril te encajo.

 

Si Capitel ¿qué haces acá abajo?

Si de disciplinante mal contrito

Eres el cucurucho y el delito,

Llámente los Cipreses arrendajo.

 

Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?

Si cubilete saca el testimonio,

Si eres coroza encájate en las viejas.

 

Si büida visión de San Antonio,

Llámate Doña Embudo con guedejas,

Si mujer da esas faldas al demonio

                                                                                   «El Parnaso español» (1648)

En este soneto, Francisco de Quevedo, no solo ironiza sobre la indumentaria ridícula de las mujeres de su época, sino que pretende desmontar la artificialidad de la sociedad, y en concreto la clase noble y burguesa, caracterizada por la altivez, la pedantería y las falsas apariencias.

Estas magnas basquiñas de suntuosas telas, iban acompañadas de un jubón o corpiño que comprimía el pecho y del que salían unas abullonadas mangas y un amplio cuello, llamado valona y adornado con un broche central.

El peinado también armonizaba con la vestimenta. Utilizaban pelucas, plumas, flores para ahuecar el peinado hasta obtener un tamaño desmesurado para que no pareciese que cuerpo y cabeza estaban desproporcionados.

Pero como ocurrió con el verdugado, el guardainfantes fue considerado un atuendo inmoral ya que sus inusitadas dimensiones favorecía el ilícito encuentro con hombres y permitía ocultar los embarazos, tanto los que se gestaban fruto del matrimonio, como aquellos que eran fruto de una infidelidad, violación o en soltería.

Por ello, el rey Felipe V, en los albores del siglo XVIII, prohibió su uso bajo pena económica de hasta 20000 maravedíes.

Sin embargo, las faldas de las damas no dejaron de crecer. Y en el siglo XVIII desde Francia, llega el denominado Tontillo, armadura que ahuecaba las caderas a tamaños exagerados, hasta llegar a un metro por cada lado.

La deformación de las caderas de las mujeres era tal, que parecían llevar una cesta a cada lado. Esto hizo que el tontillo se rebautizara con el nombre de panier (cesta en francés).

Ya, en el siglo XIX, las armaduras de estas faldas se convirtieron en verdaderas jaulas. En 1850 llega a España, de la mano de la Emperatriz consorte de Francia, Eugenia de Montijo, el Miriñaque.

La estructura llegaba hasta los tobillos. Aunque para no parecer indecentes y que las nobles españolas pudiesen enseñar los tobillos por un golpe de viento o un tropiezo, solían llevar bajo estas armaduras-jaulas unos pantalones.

El miriñaque fue utilizado en nuestro país durante veinte años, siendo sustituida por el Polisón. Esta prenda de vestir se convirtió en verdaderas obras arquitectónicas.

Las armaduras de estas faldas decrecen y gana protagonismo las telas que se superponen a éstas.

Las faldas se recogen a modo de cortinajes creando un efecto ondulante y asimétrico que nos recuerda a los escenarios de los magníficos teatros y óperas de la época.

Esta indumentaria, nada funcional, incómoda e incluso peligrosa, hacía que las féminas que las portaban, parecían más que caminar, danzar, debido al cimbreante movimiento de sus basquiñas. Sin embargo, el movimiento de las damas al realizar el esfuerzo de caminar con tales armaduras, parecía seducir a los hombres de la época.

Y efectivamente, fueron prendas de vestir peligrosas. Se conservan crónicas que nos hablan de numerosas muertes producidas por portar esta indumentaria. Más de 3000, solo en el siglo XIX.

Cabe destacar la muerte de la Archiduquesa Matilde de Austria en 1867, cuando con dieciocho años se preparaba para ir al teatro. Para tal ocasión habían cubierto su amplia falda con glicerina, para que permaneciera ahuecada y rígida más tiempo.

Matilde, que fumaba cuando escuchó que llegaba su padre a su alcoba, y éste le tenía prohibido fumar, se escondió el cigarrillo en una mano y la puso en su espalda. La glicerina hizo que su vestido prendiese rápidamente y la joven falleció ante la atónita mirada de su familia.

 Misma suerte corrieron las hermanas del escritor inglés Oscar Wilde en 1871. Emily y Mary acudieron a una fiesta pero la proximidad de una de ellas a la chimenea hizo que se prendiera su vestido. Su hermana, que rápidamente acudió en su ayuda, pronto se vio sumida en las llamas, lo que provocó la muerte de ambas.

Sirva de reflexión este recorrido por la moda femenina durante cinco siglos, en el que la indumentaria femenina se regía por la voluptuosidad y el aparentar. Las aspiraciones de las damas de alta alcurnia, en la sociedad patriarcal de este periodo, se limitaban a convertirse en dignas acompañantes de los hombres y para ello, debían deslumbrar con su vestuario y exquisito comportamiento.

Ana Moruno Rodríguez
 
  Historiadora del Arte


C/ Grande, 1   38670, Adeje
Horario: 8:00 - 15:00 h