En estos días celebramos la fiesta de la literatura. En nuestros municipios se presume de autoras y autores que firman sus obras en librerías y ferias. Las personas amantes de la lectura viven días de festejo comprando libros de sus autoras favoritas. Pero ¿qué sabemos sobre las letras en Canarias?
Tras la conquista, comienzan a escribirse en nuestro archipiélago los primeros textos literarios y crónicas insulares que nos hablan de la ciudadanía canaria y de la mezcla de culturas que en estas tierras conviven.
Todos estos escritos fueron realizados por hombres que nos hablan desde su punto de vista, perspectiva y especialmente desde de la posición privilegiada que ostentaban dentro de la sociedad mestiza existente en Canarias.
Habrá que esperar hasta el siglo XVIII para que sea una voz femenina la que nos hable de sociedad de su época.
Hoy damos a conocer la historia de la mujer que es considerada la primera escritora de Canarias. Doña María Joaquina de Viera y Clavijo (1737-1819).
Portuense de nacimiento, creció en una familia con una ferviente Fe. Ello llevó a que dos de sus hermanos dedicasen su vida al sacerdocio y ella recibiese una educación religiosa en el Convento de Santo Domingo en la Orotava.
Esta educación recibida, marcará su vida para siempre. Mujer decorosa, defensora de una conducta virtuosa y asceta, dedicó toda su vida a aquello que le imponía la sociedad patriarcal en la que creció: El cuidado.
Primero se instaló en La Laguna donde cuidó de sus padres, hasta que estos fallecieron.
Durante los años que residió allí, comenzó a reunirse con ilustrados literatos y da a conocer sus primeros poemas. También inicia su interés por las artes plásticas, entrando a formar parte del taller del escultor barroco José Rodríguez de la Oliva, apodado “el Moño”, quien alaba su maestría con el barro y la magna expresividad de sus obras.
Su soltería, su religiosidad y la presión de la sociedad estereotipada en la que creció, hacen que en 1784 marche a Las Palmas de Gran Canaria. Allí viven sus dos hermanos: José de Viera y Clavijo, sacerdote, biólogo, cronista (considerado el primer historiador de Canarias), y Nicolás, su hermano mediano, dedicado también a la vida eclesiástica.
Marcha para estar cerca de ellos (era la única familia que le quedaba) de este modo cuidarlos y ayudarlos.
Se instala en una vivienda en la Plaza de Santa Ana, donde residirá hasta su muerte.
No abandona la literatura. Sus poemas, firmados bajo el pseudónimo “una dama canaria”, son críticos y satíricos con la situación política que vivía España a principios del siglo XIX. No vio su obra publicada en vida. Probablemente el público de sus versos eran amigos y amigas. Esto lo suponemos porque gran parte de sus poemas iban dedicado a algunas de estas amistades y enviados por correspondencia.
María Joaquina tenía un gran respeto hacia la muerte. Temía morir de forma repentina y que ello le impidiese disponer sus bienes.
Por ello dejó todo explicado en su testamento que hoy es el documento que nos ha trasladado más información sobre ella.
De él se puede extraer que estaba aquejaba de algunas dolencias, en concreto sufría perlesía, por lo que se le atrofiaban algunas partes del cuerpo:
“Advertencia y súplica de la testadora.
…quiero y es mi voluntad que mi cuerpo ya difunto no lo saquen hasta que pasen largas horas, ni que lo sepulten hasta que se cumpla el plazo prevenido por la Ley, para precaver las desgracias que traen consigo las precipitaciones de enterrar los cadáveres antes de tiempo”.
Los últimos años de vida cuidó de ella y la atendió, su sobrina Micaela Ginori a quien se le nombra heredera en su testamento.
De su obra escultórica no se ha conservado nada. Ello se deba probablemente, a que para sus esculturas utilizó el barro, un material frágil.
Pero sabemos que realizó retratos de algunos religiosos: Juan Bautista Cervera, El Padre Facenta o Vicente Ramos.
Además, su testamento hace referencia a que deja a su sobrina un Ecce Hommo en una urna de cristal, realizado por ella misma.
En cuanto a sus poemas, la mayoría de ellos no se conservan. Ente ellos destacan la Octava dedicada a su hermano José tras su fallecimiento, y de la que se expresa un fragmento a continuación:
El admirable Viera ha fallecido…
Sus raras luces ya se han apagado…
Aquel sabio elocuente ha enmudecido…
Se delicada pluma se ha volado.
Este astro bello ha desaparecido,
la tierra se interpuso y lo ha eclipsado:
¡oh, amable Viera, sombra luminosa!
Tu memoria será siempre asombrosa.
Al que a las Letras dio gala y primores,
a su elocuencia frases y hermosura,
a las Musas concepto, brillo y flores,
a la mitología senda pura;
filósofo cristiano sin errores,
historiador que nada desfigura.
A este sabio de sabios el portento
¿no habrá, pues, quien le erija un monumento?
Cuál fue el aspecto físico de esta ilustrada, tampoco lo conocemos a ciencia cierta. Se ha conservado algún retrato pintado, no con gran esmero.
A ello debemos sumar la descripción que se hace de ella en el periódico El Time, en 1868 (cincuenta años después de su muerte) y en la que el historiador José Agustín Álvarez Rixo la define como “Una mujer de estatura abultada, más bien alta que baja, de rostro alegre, de color blanco pálido casi siempre risueño, con viveza en los ojos y algunos otros rasgos de sus facciones semejantes a las de su hermano Don José”.
Sirva esta breve reseña para poner en valor la labor literaria de esta primera poeta canaria que, con toda seguridad, no fue la única.
En estos días de elogios y aplausos a las producciones literarias actuales, en las que mujeres y hombres son observados, valorados y juzgados bajo el mismo prisma de lectores ávidos. Echemos la vista atrás y demos voz a mujeres que no pudieron ver publicadas sus obras ni recibir el reconocimiento merecido.
Ana Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte