Pedro se acuerda de lo que el Señor le había dicho: “Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces”.
Mientras Pedro llora su culpa, Jesús es llevado secretamente al Sanedrín.
El sumo sacerdote Caifás, sabiendo que su Tribunal religioso era incompetente para imponer la pena capital a nadie, envía a Jesús al Procurador Romano Poncio Pilato; si bien éste tratará, sin fortuna, de eludir la posibilidad de una insurrección popular declinando en Herodes su juicio. Pilato no podrá deshacerse tan fácilmente de una condena incómoda…
No sin antes invocar la vieja costumbre de liberar a un preso por las fiestas de Pascua, dando la opción al pueblo de liberar a Jesús de Nazaret, acusado de traición, por proclamarse él mismo, rey de los judíos y el otro Barrabás, acusado de sedición y de asesinato de un soldado romano.
PILATO: Os pregunto de nuevo ¿A cuál de estos dos hombres queréis que os suelte?
PUEBLO: ¡Deja en libertad a Barrabás! ¡No queremos a ese Jesús! ¡un blasfemo! ¡A Barrabás!...¡Libertad a Jesús!, ¡concede la libertad a Jesús!, ¡Barrabás lo merece!, ¡es un profeta verdadero!, ¡traidor!...
PILATO: ¡Calma!, ¡Calma! ¿Y qué hago entonces con Jesús, el llamado Mesías?
PUEBLO: ¡Crucifícalo!, ¡Crucifícalo!
PILATO: Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? No he encontrado nada en él que merezca la muerte.
PUEBLO: ¡Crucifícalo!...
PILATO: No me hago responsable de esta muerte; allá vosotros.
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