“En la memoria de los mayores del municipio, aún perviven los recuerdos, de los campos sembrados de cereales de mar a cumbre, las duras jornadas en los calurosos días de verano, en las que se arrancaban y segaban los cereales, que luego se llevaban a la era, para separar la paja del grano, con la inestimable ayuda de los animales, se almacenaban en los graneros y poco a poco se iba tostando y llevando al molino para obtener el preciado gofio. Protagonistas silenciosas las mujeres, que realizaban las partes más laboriosas del proceso, compaginando la dureza de los trabajos agrícolas con el trabajo doméstico”
El sur del Tenerife de ayer no tiene nada que ver con el que conocemos hoy. La vida cotidiana era muy dura para las mujeres y los hombres de las zonas del sur de Tenerife. Tiempo atrás en Adeje las mujeres vivieron tiempos difíciles, que sortearon con ahínco y tesón. Desempeñaron oficios y trabajos diversos, sin desatender el trabajo doméstico. Las mujeres de Adeje también contribuyeron con su trabajo al desarrollo del sur y a la prosperidad del municipio. Hubo épocas de sequía y malas cosechas, años de pobreza y miseria, de carestía de alimentos, de ropa y artículos diversos… En jornadas interminables, multiocupadas siempre, sobrecargadas de responsabilidades y tareas, trabajaban sin tregua.
La importancia que tuvo el cultivo de los cereales, para la subsistencia de nuestros antepasados, ha dejado su huella en forma de eras, en la geografía local. Una agricultura de autoconsumo, con equilibrio entre producción y consumo; donde la mayoría de la población tenía que trabajar “a medias”. Al ser el cereal un cultivo de secano los periodos de lluvia y sequías marcaban la producción. La plantación de uno u otro cereal dependía del ciclo de lluvias; en líneas generales el trigo morisco y la cebada, con menores necesidades de agua, se plantaban con mayor abundancia en la costa; y el trigo blanco en las medianías. El millo debido a sus mayores necesidades de agua se sembraba en menor cantidad.
La fecha de utilización de las eras correspondía con el fin de la primavera y el comienzo del verano. Época de siega y trilla. Y más que segar el cereal se arrancaba.
Una vez segado el cereal se recogía en gavillas y se llevaba directamente a la era o se iba depositando en sus cercanías, en los frescales, hasta el momento de la trilla. Aquí se amontonaban, en forma generalmente circular, formando una pared de espigas hacia adentro y rellenando del interior de manera aleatoria, rematando con gavillas colocadas con la espiga hacia afuera, de esta forma en caso de lluvia el agua escurría con mayor facilidad. Comenzaba la trilla el dueño de la era y después los primeros que formaban el frescal, no había costumbre de cobrar por su uso. La cantidad de gavillas que se introducía dependía del tamaño de la era, del tiempo, a mayor insolación, mejor, el tiempo empleado en la trilla era mayor si el tiempo estaba nublado y dependía de los animales a utilizar. La cantidad que se trillaba se le conocía con el nombre de parva. Se trillaba con animales y trillo o en cobra (animales sin trillo) salvo los camellos que no se ponían en cobra porque sus patas no son apropiadas para separar el grano de la paja. La trilla de una parva solía durar uno o dos días.
Una vez finalizada la trilla se procedía a separar el grano de la paja. El primer paso consistía en unir lo trillado en una orilla, formar una sierra, orientada perpendicular al viento.
Y se aventaba (lanzar al aire con la ayuda de “belgos” para separar la paja del grano); operación que se realizaba “por lo menos veinte veces”. El grano va cayendo en el mismo lugar y la paja se traslada al otro lado de la era o fuera de ella. A veces se colocaba una marca con varias piedras, a un metro de la sierra, todo el tamo que sobrepase esa marca se recogía como paja.; y la que quedara en el interior se aventaba nuevamente.
El proceso siguiente era paliar, de similar práctica, pero en este caso con una pala de madera hasta que se elimine toda la paja. La última vez que se paleaba se colocan unas mantas, de tal manera que el grano caiga dentro de ellas. Al mismo tiempo que una persona paléa otra valea. El valeo se preparaba con la paja del trigo, se formaba con una gavilla, del grueso que se pudiera coger en una mano, con espigas largas “esrabadas” a mano y amarradas de tal modo que se formase una escoba en forma de abanico; se barría con la parte de los troncos, pasando con suavidad por encima del montón de grano y arrastrando los cachos. Este montón de grano se cernía, en algunos casos, con una cernidera de hierro o latón, con agujeros hechos con un puntero por los cuales salía el grano; en su interior quedaban trocitos de paja. Y después `ajecharlo´, para terminar de limpiarlo, que consiste en imprimirle a una zaranda o ´jarnero` unos movimientos bruscos y circulares por el cual los restos se trasladaban a su centro y se retiraban con las manos. Esta labor de `ajechar´ era realizada, casi siempre, por mujeres, `y si era una parva grande estaba un par de horas ajechando´.
Si el proceso se realizaba correctamente, no hacía falta cernir todo el grano obtenido.