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Saluda del Administrador diocesano

«Anclados en (la) esperanza»

Querida familia diocesana. El primer día de la semana después de la crucifixión, cuando todavía no había llegado a ellos la noticia de la resurrección, dos discípulos deciden alejarse de Jerusalén, lugar de la derrota, y se ponen camino de Emaús. La presencia velada de un caminante anónimo que les interroga sobre lo sucedido arranca de uno de ellos la protesta: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha sucedido aquí estos días?». A la protesta sigue un lamento: «Nosotros esperábamos…, pero he aquí que ya estamos en el tercer día». Reconocen que un tenue anuncio les había llegado de las mujeres que fueron temprano al sepulcro, pero para ellos no ha sido suficiente, porque a Jesús nadie lo ha visto. 

Ese «esperábamos» le pone nombre a un estado de ánimo que se ha contagiado en los discípulos tras la experiencia del Calvario. Quizás sea también el estado de ánimo de muchos de los que, aunque nos sabemos testigos de la resurrección, nos vemos abrumados por las situaciones complejas y oscuras de la historia. 

Los días que próximamente celebraremos en Semana Santa van a acercarnos a la pascua dolorosa de un hombre inocente, que nos entrega su vida como signo del amor que es capaz de transparentar la misericordiosa ternura de Dios. Pero, ¿cómo vivir esos días que nos colocan ante el sufrimiento sin que se desgaste nuestra esperanza? ¿Cómo lograr que el «esperábamos» del desencanto se convierta en la profesión de fe confiada de un «esperamos»?

A las puertas de estos días santos, desearía ofrecerles tres caminos sencillos, inspirados en las palabras pronunciadas por Pedro en casa de Cornelio (Hch 10, 34‒43), que nos permitan anclarnos en la esperanza.

1. Volver a Jesús. «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él» (Hch 10,37‒38). En las encrucijadas vitales, la esperanza se afianza si somos capaces de volver a Jesús. La Historia de la Iglesia y nuestras Semanas Santas son la prueba de que nuestra fe ha generado símbolos, tradiciones… Pero la esperanza sólo encuentra su cimiento en la aproximación nítida y cercana al Señor, a su modo de vivir, a su manera de amar, a su estilo de servir. La resurrección, no lo olvidemos, certifica que la única vida con futuro eterno es la inaugurada por Jesucristo. Volver a él y a su vida asegura la salida favorable de la historia. 

2. Leer nuestra historia como salvación. «Él envió su Palabra al pueblo de Israel» (Hch 10,36). El segundo camino para fortalecer nuestra esperanza es aprender a leer nuestra historia en clave de salvación. Nuestra propia historia personal se inserta en los gestos de salvación con los que Dios acompañó las vicisitudes de Abrahán, los acontecimientos del éxodo, el regalo de una tierra, la guía de su pueblo. Esa certeza de la intervención de Dios es la que nos permite aventurar que el Señor seguirá actuando. Se puede decir que el acontecimiento de la resurrección de Jesús no concluyó con el sepulcro vacío; se repite en cada vida, en cada persona. Cuando Dios encuentra un lugar en nosotros, todo cambia y adquiere el color de la salvación. Vivimos esperanzados porque podemos esperar lo que ya se ha adelantado en los tiempos que nos preceden. 

3. Aprender el lenguaje tenue de Dios. «Nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos» (Hch 10,42).  Con todo, conviene tener en cuenta que en la resurrección Dios no se aleja de su modo habitual de actuar. Él eligió a Moisés en el crepitar silencioso de una zarza, él acompañó como un aliento de vida a Israel en los desiertos de su historia, él fue un susurro en el corazón de los profetas, él nos visitó como presencia escondida en un pesebre en Belén. Ahora, tras la resurrección, continúa hablándonos en el lenguaje tenue que lo caracteriza. El anuncio del Resucitado se hace frágil en la palabra de los testigos. El Resucitado se acuna ahora en el débil pesebre del testimonio de los que comieron y bebieron con él. La esperanza no se apoya en acontecimientos extraordinarios que convulsionan el universo; más bien encuentra su fortaleza en la vida de unos discípulos atemorizados ante la sombra de la cruz, a los que la experiencia de encontrar vivo a su maestro les ha transformado el corazón. Pido a Dios que cuantos habitamos estas peñas atlánticas podamos seguir aprendiendo de Cristo y con Cristo al contemplarlo en tantas imágenes que recorrerán las calles de nuestra diócesis. 

«Nosotros esperábamos», se lamentaban los discípulos de Emaús. A la luz de la Pascua, «nosotros esperamos». Hemos anclado nuestra esperanza. Una esperanza que vuelve su mirada a Jesús; una esperanza que agradece la acción salvadora de Dios en nuestra historia; una esperanza familiarizada con el susurro tenue de Dios, que nos anuncia la vida. 

Feliz Semana Santa. 

Antonio M. Pérez Morales

  Administrador diocesano

C/ Grande, 1   38670, Adeje
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