Para considerar que un niño o niña es víctima de violencia de género es suficiente con que crezca en un entorno marcado por la violencia de género.
El impacto de la violencia de género comienza en el embarazo, puesto que aumenta la secreción de cortisol, afectando al sano desarrollo del bebé y alterando su futura tolerancia al estrés.
Aunque pienses que los niños y niñas no escuchan o no están presentes en los episodios violentos, siempre perciben el impacto que deja la violencia: en el estado emocional de su madre, en el mobiliario, en las marcas físicas, en las narrativas posteriores…
Crecer en un entorno marcado por la violencia de género hace que niños y niñas aprendan que:
- Los hombres son superiores a las mujeres, perpetuando los estereotipos de género machistas.
- La violencia es una forma legítima de ejercer el poder, de tener el control, y el mundo está dividido entre víctimas y agresores.
- Estar enfadado con alguien te permite ser violento, no conocen otras formas de expresar la rabia.
- Se une amor con violencia, entendiendo que “te agreden por tu bien, para que aprendas”
- Se dificulta la identificación y gestión emocional, puesto que aman, odian y temen a la misma persona, quien además, es una de las responsables de brindarles seguridad y afecto.
La violencia de género condiciona el desarrollo de su personalidad, las relaciones personales y una imagen del mundo como un entorno hostil.
Aunque resulte paradójico, los hijos e hijas tienden a sentirse culpables de la violencia. Su nivel de desarrollo hace que “necesiten salvar la imagen paterna” y para ello se sitúan como culpables de la situación. “O mamá o yo hemos hecho algo para que papá se enfade. Si nos portamos bien, no se enfadará más”
Los diferentes trastornos derivados son, a menudo, formas que el niño o niña desarrolla para adaptarse a una situación de la que no tiene ningún control.
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Corto “mamás y papás”
Testimonios de hijos e hijas de la violencia de género