Cantante. Folclore canario
Valentina Hernández Rodríguez, Valentina la de Sabinosa, nació un 9 de enero de 1889, según algunas biografías, de 1891 según otras. Lo hizo en la isla de El Hierro, la más occidental de las Canarias, y en el pueblo de Sabinosa, el más occidental de la isla, del archipiélago, de Europa.
Valentina no fue a la escuela. Criada en el seno de una familia campesina, no sabía leer ni escribir. Pero a decir de su hija Margarita Ortiz Hernández, fallecida en 2016 y que guardaba un parecido sorprendente con su madre, era una mujer observadora, de memoria privilegiada, que desde pequeña se sintió atraída por los bailes y cantos tradicionales de su entorno. Otros miembros de su familia la califican de generosa y entrañable; su biznieta Angélica Pérez Casaña la tilda de «más moderna que muchas mujeres de ahora» (del artículo “Valentina, la leyenda de El Hierro en su voz” publicado en Tiempo de Canarias por Ana Sharife, 2016). Lo que es seguro es que, en opinión de personas expertas y estudiosas de la materia, Valentina salvó el folclore herreño más ancestral, aquel que no se transmitía más que oralmente y del que no había partituras ni grabaciones, de caer en el olvido y quién sabe si de desaparecer.
Valentina ejerció la profesión de comadrona o matrona por instinto y sin formación, por puro sentido común; una profesión de mujeres, valiente y arriesgada, que en el pasado costó a más de una las suspicacias de vecinos y vecinas, las denuncias a las autoridades religiosas e incluso la acusación de brujería. También se encargó junto a su esposo, Esdras Ortiz, de preparar los baños medicinales para los enfermos y viajeros que visitaban el Pozo de la Salud en su pueblo natal, cuyas aguas, declaradas de utilidad pública en 1949, debían administrarse a 45 º y ser bebidas por litros cada día como parte del tratamiento.
El Hierro, la más joven de las islas, es quizás por ser la más alejada la que rezuma más ancestralidad. Es como conservadora y perpetuadora de esta en forma de música como Valentina la de Sabinosa adquiere su dimensión más importante y universal. Cantadora y tamborilera con un envidiable sentido rítmico, Valentina preservó géneros y ritmos musicales que se creían extintos o que apenas sobrevivían en la memoria de las mujeres y hombres más ancianos de poblaciones muy remotas. Ella popularizó el Baile del Vivo, ese juego musical de pareja en el que, danzando a golpe de tambor, la mujer intenta arrebatar el sombrero de la cabeza de su acompañante.
A su amor y respeto por la música tradicional herreña se deben, asimismo, la permanencia de piezas como el Tango herreño, La Meda, El Conde de Cabras o el Arrorró herreño, conmovedora melodía que reza “y en los brazos de su madre un pobre niño murió y creyendo que dormía le cantaba el arrorró”. Emociona verla y escucharla interpretarlo en el mítico programa Tenderete del no menos mítico Nanino Díaz Cutillas, en 1973. Su voz antigua, acompañada por la danza de sus brazos, rompe un silencio absoluto y conmovedor. Valentina mira directamente a la cámara mientras canta. Pese a no tener estudios, quienes la conocieron la señalan como una mujer segura que expresaba sus opiniones y que no se arredraba por codearse con personalidades como el entonces Rey Juan Carlos I, que la quiso conocer. Luego, cuando su propia tos la interrumpe, el plató prorrumpe en aplausos mientras ella se disculpa, «otras veces sí me sale, pero hoy no me salió». Pero sí que le salía. Del alma. Y quien la escucha lo siente.
Valentina fue, además, una notable improvisadora de loas, tradición muy vinculada a la oralidad que nuestros y nuestras mayores practicaban en el pasado de forma usual en festejos y reuniones. Consciente de la importancia de lo antiguo, la folclorista lo cantaba así en unos versos del Baile del Santo: “las costumbres de los viejos no deben de abandonarse”. Herminio Sánchez, presidente del grupo La Sabinosa, alaba «su capacidad para crear versos extraordinarios» (“Valentina, la leyenda de El Hierro en su voz”, Ana Sharife, 2016, Tiempo de Canarias).
Su figura fue estudiada y reconocida por expertos como Manuel J. Lorenzo Perera, autor de El folclore de la isla de El Hierro (1981), cuya portada es una imagen de la propia Valentina ataviada con su acostumbrada indumentaria tradicional. El profesor señala en el libreto de la grabación Valentina la de Sabinosa (CCPC, 1996) que, desde 1936, junto con su rondalla interpretaba piezas que con el cambio de hábitos en la vida diaria corrían el riesgo de olvidarse para siempre. Este disco es reedición del único que Valentina grabó en su vida, apenas tres años antes de fallecer, Cantos y bailes herreños (Aries, 1974), tutelado por Elfidio Alonso. Su voz quedó también registrada en la valiosa Antología del Folclore Musical de España (Hispavox, 1960) editada por el musicólogo y folclorista Manuel García Matos con el auspicio de la UNESCO.
El legado de Valentina ha servido de faro para grandes agrupaciones musicales como Mestisay o Taburiente, promotoras del documental En busca de Valentina grabado en las islas en 2012. También ha inspirado proyectos como el concurso de la Consejería de Turismo del Cabildo herreño Valentinas del mundo. Enseñó además a las nuevas generaciones, como a su nieta Esther Lidia Pérez, que aprendió a cantar y tocar el tambor con ella. Su biznieta, Angélica Pérez Casañas, también ha seguido la tradición musical. En 2016, en el 125 aniversario de su nacimiento, la Asociación de Amigos de Valentina le organizó un homenaje de la forma que a ella más le habría gustado: artistas y público mezclados en conciertos sin telones, con el paisaje extraordinario de Sabinosa por todo escenario.
Valentina la de Sabinosa es la voz que arrullaba a los herreños, identidad de todo un pueblo. En palabras del músico Víctor Batista (“Valentina, la leyenda de El Hierro en su voz”, Ana Sharife, 2016, Tiempo de Canarias), «que alguien se convierta en un símbolo de identidad no es algo que se elija voluntariamente». Es algo con lo que se nace. Y se muere.
«Valentina Hernández, hija de Sabinosa, campesina, iletrada y sin embargo depositaria de un tesoro atemporal y mágico» (Manuel González, En busca de Valentina) nos dejó el 11 de septiembre de 1976. Está enterrada en el cementerio de Sabinosa.
*Texto: Elisa Falcón Lisón, Licenciada en Historia del Arte y Guía Oficial del Gobierno de Canarias. (2021)