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Lola Massieu

Pintora, grabadora, docente. 

Dolores Massieu Verdugo, Lola Massieu, «la artista más rebelde de la pintura canaria» (Ángeles Alemán Gómez, Lola Massieu (1921-2007): un tapiz con varios hilos) viene al mundo en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de marzo de 1921, en el seno de una familia acomodada de la burguesía de la isla de cuyas costumbres señoriales Lola siempre renegaría. La artista solía decir que había nacido con los pinceles en la mano, lo que no estaba lejos de ser verdad porque la cultura ocupaba un importante lugar en su familia y Lola contaba con celebrados antecesores dedicados al mundo de la pintura: su tío abuelo Nicolás Massieu y Falcón, que en la segunda mitad del siglo XIX practicó un estilo clásico, de género paisajista y costumbrista; y su tío Nicolás Massieu y Matos, Colacho Massieu, formado en Inglaterra, Italia y París donde conoce las técnicas del impresionismo que aplica a sus paisajes de Gran Canaria con notable éxito. 

Con este último, iniciador de las vanguardias en Canarias al ser uno de los dos primeros maestros de la innovadora Escuela Luján Pérez, empieza Lola, muy precozmente, su aprendizaje en 1932. Resulta curioso que, siendo Colacho Massieu firme defensor de la libertad creadora y de la pintura a pleno aire, sometiera durante años a su sobrina a una férrea y para ella tediosa disciplina de ejercicios de sombreado y encaje del natural con el objeto de perfeccionar su dibujo, mientras que no le dejaba experimentar con el color. En su artículo Lola Massieu (1921-2007): un tapiz con varios hilos, la profesora Ángeles Alemán Gómez, que la conoció personalmente y conversó con ella, preguntándose por las razones de esta contradicción, la justifica «Quizá porque veía a su sobrina demasiado joven o quizá porque, precisamente al ser de su familia, temía darle demasiadas alas [...]». Ante esta paradoja cabe preguntarse si su tío Colacho no limitaría los deseos de experimentar de Lola porque se trataba (en el seno de una familia acomodada, como ya se ha comentado) de una mujer.

Este aprendizaje, útil para la artista desde un punto de vista técnico, no casaba sin embargo con su personalidad indómita, que la llevó a abandonar temporalmente las lecciones de su tío (volvería a acudir al taller de Colacho como a un refugio donde expresarse), a tomar en su lugar clases de canto y a comprar a escondidas sus primeros óleos con 19 años. Porque, mientras su tío la hacía repetir una y otra vez los ejercicios de dibujo, ella se fijaba en cómo este mezclaba los colores y usaba los pinceles. Y así, observadora, tenaz y autodidacta, es como Lola Massieu empezaría a pintar.

Las clases de canto no fueron un mero pasatiempo para ella; fueron, temporalmente, un verdadero cambio de orientación, de las artes plásticas a la música. En ello fue determinante la influencia que sobre la pintora ejercieron su maestra de canto, Lola de la Torre Champsaur, musicóloga, cantante e investigadora de labor extraordinaria, primera mujer que formó parte del Museo Canario y que fue casi como una madre para Lola Massieu; y su esposo, el poeta Juan Manuel Trujillo. En el ambiente que se respiraba en casa de esta pareja de intelectuales republicanos Lola encuentra una atmósfera motivadora, donde cultiva su hermosa voz de soprano (llega a realizar destacadas actuaciones musicales y a punto está de embarcarse a  América con una compañía para dedicarse a la música), y quizás adquiere su primera conciencia política.

Conocer a su futuro marido y padre de sus 6 hijas, Eugenio Camalich, tal vez fuera una de las razones por las que Lola no se lanzó a aquella vida de farándula. De este marino mercante de origen yugoslavo asentado en Gran Canaria desde 1941 Lola confesaría (en conversaciones mantenidas con la profesora Ángeles Alemán Gómez) que era una suerte que fuese extranjero, porque aquello le había permitido gozar de una libertad que de otro modo (de haberse casado con un compatriota, se entiende) ponía en duda. De haber sido Lola un hombre tampoco hubiera tenido que hacer, a buen seguro, esta reflexión. 

Tras casarse en 1944, juntos se instalan en una finca en La Angostura, en Santa Brígida, la casa entrañable rodeada de naturaleza en la que Lola había pasado los veranos en su niñez. Ese será su hogar familiar durante prácticamente toda su vida, donde se dedican a explotar la tierra al tiempo que Lola empieza a investigar, de forma individual, aislada y autodidacta, con la pintura, siempre que se lo permite la crianza de sus hijas, lo que la lleva a privarse incluso del descanso para poder pintar. La propia Lola refirió en distintas declaraciones a lo largo de su vida cómo, en esa época, el intento de conciliar su dedicación a una familia numerosa con su gran pasión, la pintura, la llevaría a olvidarse de fechar sus cuadros. 

El contacto directo con la tierra de la finca será esencial para que su pintura adquiera la dimensión matérica que la caracteriza. También descubre entonces las posibilidades plásticas de los betunes, las resinas, del alquitrán que los obreros habían utilizado para impermeabilizar un estanque en su finca y que se convertirá en signo de identidad de su arte. Poco a poco y de una forma absolutamente personal y empírica, Lola irá pasando de los géneros (bodegón, retrato, paisaje) y técnicas más tradicionales a una progresiva síntesis de los objetos y al uso de gruesos empastes y manchas de color que anticipan el camino de la abstracción.

En la década de los 50 Lola empieza a acudir a la Escuela Luján Pérez, que tan esencial será para ella en su formación y desarrollo como lo fue para los y las artistas insulares de vanguardia. Allí conoce a Rafael Monzón Grau-Bassas, Felo Monzón, figura de referencia en esa institución y de la vanguardia en Canarias en general (fue  director de la escuela en los años más complejos, sufrió la represión política), férreo defensor del arte «nuevo». Surge entonces una rica amistad entre ambos que será determinante en el rumbo que adquiera la pintura de Lola Massieu.

En ese ambiente de dinamización de la plástica en las islas, Lola se relaciona con los artistas jóvenes del recién creado grupo LADAC (Los Arqueros del Arte Contemporáneo, 1951), con los que comparte exposiciones colectivas. También conoce a Manolo Millares y a Martín Chirino. Esa apertura será esencial para confrontar ideas e intercambiar impresiones, rompiendo el aislamiento en el que Lola había trabajado hasta ese momento. Sin embargo, la muerte de una de sus hijas en 1957 la sume en el más profundo desgarro que puede experimentar una madre, lo que la lleva a refugiarse en la pintura y de regreso a su retiro de La Angostura. Es ese el punto de inflexión (ella misma lo reconocería) que marcó su dedicación exclusiva al arte. 

En 1958 se celebra su primera exposición individual. Será en el Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, otro referente cultural en las islas. Allí se presenta Lola con unos 80 lienzos nada menos (era una artista tenaz, ya se ha señalado, imparable) en los que hace uso de las veladuras de alquitrán y los raspados que caracterizan su vertiente más expresionista, si bien, según apunta la profesora Isabel de la Cuétara San Luis en su artículo Aproximación estilística a la obra de Lola Massieu, opta por mostrar «sus obras más figurativas, convencida de que estas tendrían mayor aceptación entre el público isleño». Un año más tarde expone en el Casino de Santa Cruz de Tenerife, donde conoce a otras dos figuras que serán fundamentales en su carrera: Maud y Eduardo Westerdhal.

Aunque se insiste (y con razón) en que el apoyo de Eduardo (intelectual enamorado de la modernidad, creador de Gaceta de Arte, uno de los artífices de la II Exposición Internacional del Surrealismo y del futuro Museo de Arte Contemporáneo del Puerto de la Cruz, en Tenerife) fue esencial para la consolidación de la carrera de Lola, lo cierto es que es Maud, su esposa, artista y crítica de arte, quien la “descubre” y convence a su marido para que la conozca y la apoye. La influencia de Maud se nota incluso en el color que adquieren las obras de Lola en esos años. Ella y María Belén Morales la introducen en el grupo femenino de Las Doce. Junto a Pino Ojeda, Maribel Nazco, Eva Fernández y las citadas María Belén Morales y Maud Bonneaud (Maud Westerdahl), Lola integra la primera generación femenina de las vanguardias artísticas en Canarias.

En 1961, junto con Pino Ojeda, Rafael Bethencourt y Francisco Lezcano crea el grupo ESPACIO, seguidor de la estela de LADAC, que suscribe el informalismo europeo y el expresionismo abstracto americano adoptando, así, una clara posición en pos de la abstracción que Massieu defendía de esta manera: «Dejar de copiar para pasar al mundo de la imaginación que es donde me encuentro a gusto. En lo figurativo lo más que puede hacer el pintor es idealizar los objetos dados [...]. Pero en la abstracción no hay que atenerse a formas» (declaraciones  concedidas al Diario de Las Palmas en 1961, recogidas en su artículo por Isabel de la Cuétara San Luis). La niña que no quiso someterse a la tediosa disciplina dibujística impuesta por su tío Colacho lo tuvo, desde siempre, muy claro.

A partir de entonces y hasta el final de su vida Lola siguió practicando su arte con pasión, comprometida con los movimientos más modernos pero siempre y por encima de todo, consigo misma y con su tiempo. Le interesaban tanto la actualidad (dedica una serie de pinturas a la Guerra del Golfo) como la espiritualidad (se atrevió con el tríptico o el pan de oro, estrechamente vinculados al arte religioso). Expuso fuera de Canarias (Barcelona, Munich) y tropezó con los inconvenientes, todavía hoy existentes, de ser una creadora insular: parte de su obra se encuentra en el Museu Nacional d’Art de Catalunya porque no pudo regresar, debido a problemas en la aduana, tras una exposición de la artista en Barcelona. 

Sus últimas décadas, en las que también se dedica al grabado, son calificadas por la profesora de la Cuétara de «total libertad creadora desde la experiencia». Su presencia en el mundo del arte se consolidó. Fue docente, asesora en Artes Plásticas del Cabildo Insular de Las Palmas, la primera mujer en recibir el Premio de Honor del Gabinete Literario de Las Palmas y, en 1990, el Premio Canarias de Bellas Artes e Interpretación. Es Hija Predilecta de su ciudad y de su isla.

Esta fuerza de la naturaleza, que siempre fue fiel a sus impulsos creativos, se apagó la mañana del 22 de noviembre de 2007. De ella, en el catálogo para su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Eduardo Westerdahl escribiría: «Su camino ha sido rápido y responde a su natural vehemencia. No hizo el recorrido por escuelas o movimientos artísticos de prueba. Fue en principio directa a la materia [...]».

*Texto: Elisa Falcón Lisón, Licenciada en Historia del Arte y Guía Oficial del Gobierno de Canarias.


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